Foto: Guillem Martínez / Arxiu Nacional de Catalunya
SETENTA Y DOS HORAS
Sí sabía con quien estaba hablando
pero fingió sorpresa: no sirvió.
También sabía dónde le llevaban
y el ritual que seguía: foco en los ojos
y los brazos atados a la espalda
con la pregunta airada. ¿Organizaste
el lío? No: él asistió invitado
por unos estudiantes. ¿Quiénes eran?
No sabía. Pero quiso ir con ellos
a una reunión libre. ¿Dices libre?
No estaba autorizada. No sabía.
Pues abajo. En la celda la luz tenue
invitaba a dormir. De nuevo arriba.
Dínos por qué lo hiciste. No hizo nada.
Más bajar y subir: siempre con sueño
que ellos rompían para marearle
y se contradijera. Él pensaba:
igual que siempre setenta y dos horas.
Placa commemorativa a Barcelona dels 40 anys de la Caputxinada Foto: Pere López