Los médicos también lloran

La insensibilidad como mecanismo de defensa tiene más efectos secundarios que la quimioterapia

Foto: i m


Los estudiantes de medicina saben que, además de aprobar los exámenes, deben aprender a blindarse, estableciendo una distancia intangible pero abismal entre médico y paciente. Parece un requisito imprescindible para sobrevivir en un oficio en que el sufrimiento y la muerte llaman a menudo a la puerta. 
 
Pero una cosa es fingir que la situación de un determinado paciente no les afecta y otra que realmente no les afecte. Las personas podemos conseguir dominar las emociones de cara al exterior, pero la verdad suele ir piel adentro. 
 
Y la verdad es que los médicos son personas. Y que, como tales, sufren en silencio. Tener que negar los sentimientos para mantener una actitud neutra y poder atender al siguiente enfermo ha de ser un ejercicio agotador. Tantas pérdidas no lloradas, tantos duelos no elaborados, tanta tristeza que no encuentra salida. Tanto dolor abortado.
 
La muerte siempre gana, tarde o temprano. Y cuando gana la muerte, en lugar de llorar juntos médicos y pacientes, se ensancha la distancia: los médicos se sienten fracasados ​​o impotentes pero lo ocultan, y los familiares del difunto engendran cierta rabia (consciente o inconsciente) hacia unos profesionales de la medicina que no han sabido impedir que el paciente se muriera y que, encima, se diría que ni siquiera se inmutan ante la peor de las desgracias.
 
Todos nosotros –los que llevan bata blanca y los que no– deberíamos entender que el trabajo de los médicos no es curar a los enfermos, sino intentarlo. Todos nosotros deberíamos entender que los médicos –un gremio, por cierto, cada vez más feminizado– solo son personas que han estudiado durante años para sacarse una de las carreras con más sentido del mundo, pero que no son dioses ni hacen milagros. Es más: los médicos también son mortales y también les da miedo morirse. Tratarlos con una veneración exagerada –es un colectivo todavía muy sacralizado– no favorece a nadie, solo ayuda a que crezca una arrogancia que va en contra de la humanización de la medicina.
 
Si la relación entre médico y paciente fuera más de tú a tú, todos saldríamos ganando –los que llevan bata blanca y los que no. Quizás incluso nos ahorraríamos una obstinación terapéutica que no lleva a ninguna parte. Porque las palabras no curan pero las pruebas y tratamientos innecesarios, tampoco. A la larga, la insensibilidad como mecanismo de defensa tiene más efectos secundarios que la quimioterapia. En cambio, una conversación empática no hace ningún daño al cuerpo y reconforta el alma.
 
No habría querido saber pero he sabido que los médicos también lloran. En voz baja, sin lágrimas, sin amigos que los consuelen. A escondidas. No habría querido saber pero he sabido que los médicos también querrían poder llorar.

 
Data de publicació: 29 d'octubre de 2020
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